Comentario
Desde el punto de vista lingüístico en la Europa dieciochesca conviven idiomas internacionales, nacionales, minoritarios vasco, catalán, bretón...- y dialectos conocidos sólo localmente. La idea heredada del lenguaje como signo de posición social más que de nacionalidad otorga aún una cierta primacía a las lenguas internacionales en el terreno político, administrativo e intelectual. Primero fue el latín, usado además por la Iglesia, las leyes y la educación superior; más tarde, su lugar lo ocupa el francés, en el que se expresan indefectiblemente diplomáticos, cortesanos y viajeros. También el alemán alcanzó una cierta proyección exterior hacia Dinamarca, Suecia, Rusia y el Imperio austríaco. A partir de la segunda mitad de siglo, y especialmente en sus décadas finales, se puede detectar un creciente interés por las lenguas nacionales en detrimento de las internacionales. Así, el inglés sustituye al latín como idioma de la corte inglesa; el alemán se fortalece frente al francés, en la prusiana; Rusia expresa su preocupación de que las expresiones extranjeras acaben con el ruso, y Carlos XII busca palabras suecas para traducir aquéllas. Ahora bien, este movimiento de revitalización de la lengua propia no se va a reducir a limpiar el léxico de barbarismos o a imponerla frente a las foráneas o muertas. Va a ir más allá. En unos casos, los Balcanes, las lenguas vernáculas serán el vehículo para difundir las nuevas ideas; en otros, además, alcanzarán a convertirse, por su distinta naturaleza, en consecuencia y fundamento, según señala Herder, de la identidad nacional, en sustentadora de los vínculos culturales entre pasado y futuro. Esta otra dimensión convierte a la lengua en catalizadora de identidades colectivas en el caso de pueblos oprimidos por otros. Algunos publicarán sus propias gramáticas -eslovenos, búlgaros-, otros -checos- hacen de su uso el signo de un reino bohemio independiente y culturalmente renovado frente al dominio político de Austria y el lingüístico del alemán. Sin embargo, paradojas de la centuria, los defensores de tales ideas escriben en idioma germano o en latín y hunden sus raíces intelectuales en la cultura cosmopolita.